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lunes, 1 de julio de 2013

AQUÍ SOBRA LA ETERNIDAD, Tulio Mora (2000-2011) Perú




AQUÍ SOBRA LA ETERNIDAD
Tulio Mora
compilacion 2000-2011







Portada
Alvaro Sánchez
Guatemala




Para Tatiana, mi Rose Tattoo


PARIDOS DE LA NOCHE - I CUADRO


¿Qué hacía entre ellos
junto a mi hermano, un pececito
nadando en el acuario rojo
de su abrigo,
mientras un tren, que no alcanzaríamos,
pitaba tras de un descolgado puente?

Los miraba pensando
que los padres se pelean
hasta por una catástrofe del tiempo.

Un río, un tren, una madre menstruante,
un padre bajo la lluvia
blasfemando a Dios con una linterna,
dos niños abandonados en una orilla
de peñas blancas.

No guardamos otros paisajes
que nuestras peripecias.

Es que somos así,
paridos de la noche hasta la desvergüenza.



BORRADORES DE LA VERDAD

Esos que murieron tronados
sin llegar a los 30,
esquineros de astillados postes donde la pasta
dura el corazón remendaba
de un precipicio seguro,
raza de nadie, calamidad de poetas,
esos despellejados Ojedas,
hojas de ruta de incendio,
peores Cornejos, imposibles Bullitas,
dándole crepusculares
a su pedal dale y dale,
Vegas desabrigados, Olivas de pura palta,
bonzos Recaldes, recontrabismados Rupays,
dándole y dándole,
luciérnagas de la mala vibra,
el puñado de sal que Dios arrojó
contra espejos rotos
para que el día con su mafiosa costumbre
los hiriera de indeseables honduras,
esos obstinados adolescentes,
borradores de la verdad, de la niebla pena,
dándole duro al pedal
de su bicicleta, dándole con filo indio
por los márgenes sucios del poema
donde la vida se desvanece
y es un molino de agua que un arrozal
reverdece entre impecables garzas
lo que hacen girar con su pedaleo
de piadosos reveses.



INTRODUCCIÓN AL FUEGO

Es una muchacha de solo
17 años con una minifalda
amarilla de pintura galáctica
presumiendo
endiablados brochazos en tantísima piel,
potra al galope con su trapo de fuego y sus
bellísimas piernas
y mientras ella avanza como encendedor
del aire hacia el jardín con un pino,
del que cuelgan bolas de navidad
en un mes de julio,
nuestro kamikaze, la verdad ya no tan chico, más bien
casi su padre, la imagina remolino en mar reinventado,
reventado de crisantemos
y ella avanza ni muy envuelta con su traje chillón
de gorriones ni desenvuelta
y sus bellísimas piernas,
alta que se le pierde la sombra, tan alta en ese desierto
jardín donde la luna
botarate derrama su don del estiramiento
y nuestro poeta, pirata, peleador callejero,
aturdido por sus solo
17 años,
sus cabellos amedusados, sus pechos, exhalaciones
de nube en su reino de levedad, más sus
caderas de yegua reciente,
en ese instante descubre
que no hay historia del mundo
sin la osadía de magos labios y vagas
lenguas
construyendo un épico beso.

Secretario
general de un sindicato de bonzos,
así es como se entra
a la pradera de las cenizas.



EL TIGRE DEL JIRÓN CALLAO – II CUADRO


A mi abuelo Honorato Gago Mesías


Tan se metía el sol por todas
las rendijas
de su cuarto
que medio atontaba al polvo alrededor
de los almanaques,
años de años colgados,
de malolientes
pares de medias, de hilitos de araña
donde como todo perdedor
dejó meciendo su soledad.

Estoy seguro que poco antes
había llovido
porque su rostro tenía
esa urgencia
de quien quería ponerse saco, sombrero,
encender su motocicleta,
voceando por allí quejas
contra la arbitrariedad del clima.

No hay mejor provocación
para un
anarcosindicalista
que gritar con un megáfono
el pronóstico del tiempo.

Porque siempre se equivoca,
porque además le encanta
que hasta el clima le dé la contra.

Era tan sol en su muerte que
nunca pudo llover tanto cielo.



PLANETARIO DE ESQUINA

Mira tú
quiénes los lanzan,
magos desperdiciados
por las habilidades del hambre:
bolas de trapo, naranjas, pelotas de tenis,
remedando a erráticos astros
con armonía de danza.



LA HORA EN QUE SOBRA LA ETERNIDAD


(Retrato tumultuoso de horazerianos e infras
en ascensor al infierno)


El tiempo estaba condenado a la poesía
porque era el júbilo de caminar,
reconocer, tocar cuerpos que en el aire prolongaban
su intransigencia.

Qué tales biografías, batallas del día,
puentes sin más destino que atravesarlos por puro desatino,
sabuesos en mancha rastreando presentidas catástrofes.

Calígrafos del instante, de una traición y un pecado
no muy originales. La familia delatando
en sus textos miserias y rebajados sueños.

Nunca juiciosos, calculadores o protocolares.
Era hora de que echásemos fuego,
confundiéramos a los solemnes, cayéramos
en la cuenta regresiva.

¿Qué poesía iríamos a encontrar
lanzándonos a la calle con la sabiduría de los perdedores?

También fue una danza con nuestra
solitaria sombra
multiplicada por el sol
que escondíamos en las madrugadas de las plazas
en una bolsita de té.

La alarma vibrante
de la revolución en la paridez del momento.

Al cero de ese cielo sin aguacero
la banda de jóvenes que emergían como pieles rojas
de cada bar con un libro de poemas y una forma
exquisita de mandar a la mierda todas las imposturas
de la palabra.

Casi facinerosos, casi expendedores
de drogas, rockeros sin mucho futuro, bancarios
o hijos de bancarios, de aduaneros, del Loco Trámite.

No se puede transar en el poema cuando la vida
te asalta con verdades atroces.

Confesiones alrededor de una botella,
ve tú a saber qué colección de rockolas,
otra pellejería o la misma contada al revés
con la luna rodando por el mantel de los parques.

Esa clase de anarquistas
y sus hartas ganas de botar el pulmón
en las movilizaciones donde la poesía
con una pancarta ponía
de rodillas a los dinamiteros.

Trasgresores semánticos
en el pabellón de politraumatismos.

Plaga de gente jugando cachito en mitad de la pista.

¡Mi reino por un manifiesto!

Sus amores, su geología, sus mentadas
tan comentadas
en doscientos estadios donde por los
altavoces se declaraban resentidos sociales
con la verbosa indignación de un concierto.

Inhaladores de la belleza que sí se deslengua
y se trabalengua,
que sí se abrocha
en el mudo sonar del amor perplejo.

Lo oculto en lo culto limpiando los ojos y el alma
de cada crimen del día.

Y si estos fueron los sueños de los ángeles apalabrados
aquí sobra la eternidad.



SONETO ESCRITO EN ALTO EL SOL

Semillas de cacao dorándose al sol,
un remolino de pudrición te aturde,
arranca un caballo con energía la hierba
preñada de costuras y lejanías.

Montañas lamidas por hilachas de niebla,
tienen el DNI de inabrazable ciudadanía,
se presiente por algún lado al río como
un puma que arrastra a su presa
por emparedados crestones donde
los matorrales alcanzan una temeraria
devoción en altitud de sonoras cascadas,
húmedo, cálido, béndito bosque,
siempre es bueno rezar melodiando
que nos entraña la vida tu nombre.



PANAMÁ, AÑO NUEVO

Ella lleva un tatuaje de tres almendras violetas
para invocar a los manes
del tragamonedas.

Es una morena que en año nuevo destapa cervezas
con el sonoro saludo de las esclusas
alzando los barcos a playas de paludismo.

¿Cómo hacen el amor los mares?, indaga el Chicago Boy
boliviano, un tipo nervioso que desgarra el idioma
con la goma de mascar de sus becas.

Es un huracán en cama de espuma,
vidrio molido y aves del paraíso abriendo círculos
en la mano de Dios.

Baila con la morena el contrabandista de joyas de Paraguay,
sus cuerpos exhalan las perlas de otro sudor.

Nos estamos gastando en un año, nos estamos debiendo
otra reencarnación. Las firmes palmeras retuercen
sus espigados tallos como caderas
meciéndonos en la noche ruidosa de la charanga,
atrayéndonos al útero dulce
de la piscina donde rezamos a las luces naranjas
que emergen de las losetas como naves extraterrestres.

Nadie quiere morir antes de conocer su tara de ausencia.
El vestido de la muchacha basta como paisaje,
por él se perdieron Cendrars y Gauguin, los anarquistas
que luego bajaron a tiros la luna de Paita.

Una forma de parecer posmodernos
bailando en la garganta del mundo, sangrando,
¿cómo se llama esa arteria?, pregunta el chileno
de Boston, abandonado por su mujer, que ahora canta
el jingle del fin de la historia.

Ron con son panameño, la vitrola de vistosa carcasa
desgrana la biografía de Blades, por las calles
de su país hemos llegado a las mismas
urgencias que el nuevo estilo reinstala
en una chueca memoria.

Otras morenas descienden por una escalera
y con sandalias gastadas se acercan,
gacelas de Uganda.

¡Qué de primos hermanos tan dobles, qué de incestos
bajo las ramas del rumoroso árbol del pan!

Beso en la arena lo que tiene de huella remota,
la primera criatura oyó los dos mares
y danzó con un palo de lluvia,
una exaltación de flamencos
tejió el parasol para impedir que el cielo
se equivocara de historia.

El resto somos nosotros, cada quien
con su propia aflicción y su renovada inocencia,
lanzándonos a la piscina para esperar que las aguas
nos limpien toda la mugre.



MI AMOR DE TU RESIDENCIA

Presencia es la voz que tus labios
gimen con ese
sabor de los astros
mordidos en ayunas,
ya no
necesito una palabra
para que todo
se instale en la resplandecencia
del grito,
oro viejo poblando
mi amor de tu residencia.



PUERTO INCA

No debí conocerte, Puerto Inca,
lo supe desde que vi la camioneta
hundiéndose en el amasijo de arcilla
y tú me llamabas con esa truculencia
de una avisada emboscada.

Empujé troncos, sufrí ramalazos de espinas,
picaduras de mosquitos y traidoras hormigas
cuando seguí el sendero de madereros y narcos
que hacían negocios entre grúas, helicópteros y
balanzas en una colina
donde todo era enmarañado
y todo lo pesaban y todo lo retrucaban hasta el delirio,
monaguillos con anteojos de sol
que deslizaban sin disimulo
fajos de dólares en el bolsillo
de la camisa hawaiana del Papa.

Estás aquí para mí, pensé perseguido,
cuando con fervor besé las aguas del Pachitea
bajando por el país de la desgastada pureza.

Y qué maravilla saber que no te cruzaran autos
y que apenas tenías luz
en tus ocho calles.

Porque entonces me pregunté
¿qué clase de regresión de la historia
aún tiene esta rara virtud
de envolvernos con la tinta indeleble
del olvido perfecto?

Y al fondo las montañas azules,
ideales para una prisión
de matones místicos.

Roncas motocicletas como villanos de una batalla
donde el trofeo sigue siendo
el desguasamiento de la belleza,
heridos crepúsculos que te arden en la garganta
mientras el pueblo acalla a los grillos
con la oración del placer paladeando la lejanía
sobre una humeante parrilla en el malecón.

¿Qué poeta esconde esta turba de doscientas personas
y por qué no nos pone de rodillas
leyéndonos las estruendosas páginas de la turbulencia?

Aturdido y borracho,
presintiendo que alguien debía llamarse Arthur Cravan,
predadaísta, boxeador, ladrón de joyas
y potencial asesino,
desgranando choclos en un corral
canté sus versos acompañado por el coro
de unos vociferantes patos.

Y luego repetí
aquí quiero quedarme, aquí quiero morir.

Pero si agotas la vida con juramentos
que después no cumplirás
es mejor que limpies el barro de tus zapatos
en la alfombra del remendado pesar.



EL LEGADO DE MI PADRE – III CUADRO

Entre tantos hijos y nietos,
con los ojos
asombrados del sendero
por el que ya estaba ingresando,
sé que me reconoció
porque me llamó con la mano
como cuando me reclamaba
unas monedas para el trigo de sus palomas.

Algo quiso salir del mudo nudo
de su pecho rendido y no pude oírle
o ya roncaba el adiós a penas
porque él se estaba adentrando
en una pampa donde miles de caballos galopaban
atronando la tierra
y dejando la imborrable sombra
de una quieta velocidad.

No podía ser eso todo -despedirme
de mi padre sin saber qué consejo o secreto
quería revelarme-,
así que en ese momento le besé en la mejilla
y acercándome al oído
le dije en todo este tiempo no hemos hecho otra cosa
que repetir, repetir, repetir tu apellido,
en muy alta voz,
hasta que Mora nos devuelva Amor en las olas
que frotan las piedras con impetuoso rugir.

¿Alguien puede legarnos mejor regalo
que la sonoridad del único sentimiento
que anima al mundo?

Y entonces cerró los ojos
siguiendo el rastro de los caballos.



ENREDO Y ESCOMBRO

Lleva una biografía sin patios,
una ficha policial que desflema niebla
y cielos de calamina.

Es el enredo, es el escombro
de una generalidad estadística.

¿Qué la conecta con el paisaje
de vistosos cristales
donde se desojeran los triplicados semáforos
y el aire acondicionado de los ajenos?

Estatua de luna baleada,
en esta esquina ella paga
el alquiler de un capítulo más de lo mismo.



BOXEANDO EN EL PARAÍSO

La imagen del paraíso que tengo es cuando entre la niebla más densa Alfredo Portal y yo simulamos una pelea de box que parece una danza fantasma.

Es que duele la santidad.

¿Cómo puede recrearse el lenguaje del paraíso sin que pases aduanas ni te escaneén en la frontera?

Sabemos que hoy nadie podría llamarse Hildegarda, sabemos también que ante la evocación de esa santa dos arco iris en forma de cruz se han bordado en el cielo.

Por supuesto que Alfredo y yo alzamos los brazos en guardia hasta que se nos revela un mundo desjazminado, pero justo ahí reencontramos las visiones de la dulce Hildegarda von Bingen.

Una poeta regalándonos la lengua de Adán, la primera obligación del amor por una nostalgia que aún escribimos o reescribimos en ese coliseo transparente del box, donde se enfrentan dos admirables borrachos bajo un poste en el que van a morir las polillas.

Le debo a Portal todas las confidencias que duermen soledades en apenas una mano de nube, me debe un silencio que ahuecará el tiempo.

Y los cantos de la preciosa Hildegarda con su mística risa siempre serán nuestro mejor concierto del siglo.
Pero nunca descifraremos su alucinado alfabeto. Esa es la imposible demostración de atravesar las fronteras de un reino donde solo hay pasaportes para quienes gozan de trances y verduras de la bondad. Además a su alrededor cantan chivillos y naranjeros nevados. Y lo máximo: su “Lingua ignota” tiene la perfección del murmullo.

Yo soñaba con esa sinfonía de una celeste revelación construyendo la torre de lo perdurable. Ahora solo sé que me arrastro para llegar a un lugar donde dos viejos amigos tienden el cuadrilátero del desatino: intentamos el desafío por la belleza del paraíso, elevándonos 2 cms en el aire hasta encontrar a Hildegarda en una esquina y enseñándonos que hay una trenza de encantamiento cuando se canta a golpes.

¿En qué corazón cantina te seguiremos amando, Hil?



LOS GORRIONES DE GELMAN
(1978)

Un ojo de pez para mirar Buenos Aires,
el retículo
de cristal caramelo, todo color crispado
ardiendo en el centro de un pasadizo
donde agonizan los enjaulados gorriones de Gelman.

Verano de íntimos charcos, cuando la lluvia
se arroja como un suicida no bastan tus alabanzas.

Soy tu criatura, le rezo, con saliva
pegaré las plumas de las rengas aves
que han arrancado los carapintadas.

La niebla me tiñe de mora, hay un tren que se atraca
en una estación de madera donde los niños arruinan
el vino ruidoso de dos vagabundos.

Me gustó su desandar callejero, la bruta discordia
que interpretaba correctamente la historia.

El zoo con armoniosas pero gastadas jaulas
de arcos hindúes debió prevenirme,
los gusanos de mármol en los panteones
de Chacarita y Belgrano palpando
los táleros de la luz.

Bajan cadáveres por la mancha atigrada del río
mientras pesa y limpia el frutero sus jugosos duraznos
con esmero de ladrón de cajas fuertes,
una pareja de gays se envuelve en la red negrirroja
de una hamaca
exhalando el terror del último ombú de la pampa.

Los zancudos instalan sus aparatos de tortura,
una enfermera de blancura intocable
frota la piel de una abuela hemipléjica, sus perfiles
se extienden hasta una alacena
con intactas botellas de wisky.

Qué noches de pesadilla bebiendo solo
a tragos apurados y culposos, espiando
por el visor de la puerta los empujones
a los gorriones de Gelman,
sus patitas alborotadas, sus picos moqueando sangre.



DENTRO DE TI

Pero desearte como cuando bailas
en la constelación
de las alas perennes
donde se obsequia una orquesta
nada más que por ti,
cielo costumbre, loba pintada,
cada tú un verano que recomienza,
todos los reflectores
graneando, veleta, lava de luz, la piel desmayada,
himno de salsa a violín alzado,
deseándote así: ese tu acróbata poeta
columpiándose en tu cuerpo trapecio,
hecho de hechizo, dentro de ti, fuera de mí.



EL TORITO DE GUADALAJARA


Musa, no ser un púgil es como no ser nadie.
Wislawa Szymborska


Entonces yo tenía
un paraguas donde cobijaba a mis hijos
del día enemigo,
de otras especies en expansión
hasta que
el teorema de la cuadratura del ring
se me reveló en el aleteo
del pájaro del nocaut.

Un boxeador sin rival es un perro
que de relleno
va al impacto de su escritura corporal
contra la cola de un trailer,
tirando jabs
al anunciador del Apocalipsis.

Canta, musa, en otra frecuencia de radio
el corrido del Mando Conejo y la democracia
de los narcosexuales,
hay muertos de los que no me acuerdo,
miles de migajitas muchachas
alborotándole a Dios la planilla
con los vientres eviscerados donde la cocaína
reemplaza sus lecciones de anatomía,
desmantelando el enorme patio
en una película de fantasmas sin firma.

Ya de cara a otro vendaval que ensucia el cielo
mis hijos me desmemorian,
empujándome por la hondonada de un botadero,
adversario del próspero error,
que a cada pobre le toca su lado imbécil,
esa falta de ritmo que significa la defunción,
la no función de un cross glorioso
golpeando la nada que va adelante.



DOS TRAPOS MÁS – IV CUADRO

1

Cavaba con unas tijeras.
Miren ustedes
lo que puede ser el instrumento de un milagro.

Las usábamos en realidad para todo. Si el hermano bebé dormía, mi madre las abría en un rincón de la cuna para que el diablo no se atreviera a ojearlo.

Y ella extrajo
de su cartera una semilla de haba
que parecía un reseco riñón de cuero.



2

Agregaré otro trapo a este recuerdo.

Omar Aramayo ingresa a mi casa de Torres Paz con una tropa de zampoñeros a celebrar mi cumpleaños. Y yo no estoy. O estoy en el recuerdo anterior -20 años atrás- cavando un hoyo para cumplir una intuición de mi madre: que aun en el envenenado suelo de Cerro de Pasco la felicidad se trata de la obstinación de vivir.

La tropa subió resonando 30 peldaños de mármol, cuatro dormitorios, se detuvo en la sala, en fila se apretó en un pasadizo, luego culebra volteó a la derecha, allí donde se adormecían estorbos, andrajos, las delatadas malas costumbres de una comuna de poetas, volvió a retroceder para subir por otros peldaños al cuartito azul de la azotea donde arrastrando cimbraba
la música,
no el aire,
más bien
la esencia de las profundidades,
atravesándonos verticalmente
para perderse al fin en el firmamento.

Una religión al revés,
una multifonía de los consuelos,
la única conmovedora alabanza
de nuestra deuda con el milagro perenne.

Y al desandar el itinerario, con sus furiosos vientos los zampoñeros se fueron regando
en la calle la estela tramposa del sueño
allí donde mi madre
sonrió cuando las hojas de la plantita
se irguieron voluntariosas
en la tierra sobreviviente.



CELEBRACIONES DE PURAS TRAGEDIAS


En memoria de Juan Ramírez Ruiz

Milton era la niebla goteando, gateando.
Hablábamos así del Paraíso Perdido.
Hablábamos así de Robert Graves y de
sus dioses mediterráneos,
pero estábamos muy ebrios para creerle.

Un poeta peruano sabe además que no
es bueno
ser poeta y peruano o que debe
escribir en voz muy alta cuando
lo arrojan por finados campos.

A las seis de la tarde no estás.

Ya habíamos intercambiado nuestros poemas
sobre Mario Luna,
ya habíamos descubierto
el misterio de su nombre[1].

Celebraciones de puras tragedias,
que hasta el júbilo estaba en el hospital.

A la seis de la tarde eres pero no estás.

Hay precipicios de voces
sin edad ni cordura,
grillos rezando
a la brevedad.

Estoy hablando
de la ausencia y no tengo apuro.

Ya habíamos adelantado algo presintiendo
los colores de lo incierto:
azul como los golondrinos
que migran sin responderse a qué suelo se deben.

Recordarte en el viento furioso del arenal
es el camino oscuro
que ya has recorrido desde el puente Virú.

Ya el bus embiste a la poesía.

Algo nos falta. Algo nos abandona.

Es el zorro cola de plata
que aúlla cuando por las dunas
honra por juanrra se apaga la primera luz.



A UN VIEJO ESPAÑOL

Este español ha atravesado
un centenar de ríos
con una
pareja de cebúes y muchos discos de Chopin.

Así se fundan los reinos bajo la lluvia
con los pantalones remangados
y una puta obstinación por toda humanidad.

Que lo nombren la amplia ventana
de lo verde y una india,
a la que baña dulcemente
frotándola como el pianista
la melancolía de un manantial
poblado de luciérnagas,
ya no lo enaltecen más en su vejez.

Es un español de astillas,
apellidado como esas regiones
perezosas donde somos
la misma canalla que rema contra la corriente
y blasfema ante la picadura de los mosquitos.

¿Sueños, remordimientos, memoria?

Nos basta su traza y el vigor
con que empuja pesados troncos
hasta la orilla pedregosa
antes de palmotear a sus bueyes.



EN EL BOSQUE DEL CONVENTO DE OCOPA

Sabía que tus pantalones caídos
eran una deuda con la permanencia del bosque
y que correr desnudos
dignificaba la sombra que construían los pinos
mientras los monjes regaban piadosamente sus hortalizas.

Atraparte fue devolver a la hierba
su sentido de alborotado milagro
y al arrancar los pétalos de retama
pichones implumes piaron
cuando te vestí con su resplandeciente caligrafía.



EL SOL DEL EXCESO


(Una foto en Cuernavaca-1981)
Para Virgilio Torres y Rafael David Juárez


Ni siquiera después de muertos sabremos quién se escondía bajo la manga de esa cámara ambulante que llevó una torta más a su casa, cobrándoles a tres muchachos muy ebrios la altivez de una mirada perpetua. Cuernavaca-1981, todo el tiempo es la ruidosa oración de un zorzal, lo que sabía Malcolm Lowry: que la tristeza siempre es desafiante.

**

¿Qué clase de tristeza, me pregunto ahora? ¿Para cortarse las venas escuchando boleros de Julio Jaramillo o solo para agotar la mala vibra de un día?

**

Vi al asesino del cónsul, oí a Orlando Guillén recitando un poema barroco y una muchacha, detrás de un biombo, me arrojó destellos de eternidad.

Vi el palacio de Hernán Cortés que no quise ver porque ya era mucho haber escuchado a Charlie Parker en el Zorro Plateado, corriendo a 200 kms por hora mientras los bosques de pinos empezaban a celebrar el ingreso de los nuevos muertitos.

Pero no les dimos el gusto.

**

¿Qué montañas son las montañas y qué tristezas son las tristezas? Buzo con eso, Kiorai.

**

Cuernavaca, que es Cuaunáhuac. Una herida, la mera mera de los mexicas. No era importante que estuviésemos en ese momento. Uno es herencia en el rencor de sí solo, sea aquí o en la quieta laguna de los fronterizos mentales.

Nunca escribí un solo verso, nunca quise saber más que de Lowry y Rulfo huyendo de sus propios pesares que inevitablemente terminaban en este Hotel de la Selva.

Me gustaban los navajazos como metáfora de una sobrevivencia sin norte, abrir sonoramente las puertas batientes de una cantina y dejar en la intriga a varias tragedias por completarse.

Todos éramos poetas, eso decíamos. Buenos o malos, nunca lo sabremos. Porque nunca nos traducirán los aztecas.

**

Octubre, cuando me llega la foto, es otro mes de cielo indeciso en Lima, cuando fumones y patibularios visten de morado por el Señor de los Milagros, devolviéndonos una devoción de medias miserias.

Hablo de mi país donde zorzales se lucen con piolinísimo canto, soñando primaveras de otra alucinación. Ayer vi a uno bebiendo agua y elevando el pico para silbar con un agradecimiento que los cerdos humanos nunca lo hacemos. Un zorzal negro, un cantante de ópera, un Orfeo que nos recompensa.

**

Rafael David y Virgilio son nombres en la agenda de Pancho Villa. De hecho ambos formarían parte de su Guardia Dorada.

¿Qué hay en esas miradas: la culminación de una certeza -fría como la estrella que nunca brilló para nuestra suerte-, filosófica, convincente, desconcertante?

¿Es que éramos capaces de llegar a la poesía solo con una ebriedad sin control?

Veo a los zorzales beber pequeños sorbos en los jardines que rodean mi edificio y es bueno pensar que se saben importantes porque un día han podido saciarse sin que se afanen hasta la infame fatiga.

**

Siempre habrá una puerta abierta para cruzar mensajes. Intensos, vibrantes para decir en pocas palabras una biografía de 30 años o más. Siempre honorables.

Pero aquí no hay pinos donde pudiera aullar a la luna con ese vigor de los paisajes reconocidos.

Hasta podría improvisar ciertas palabras en náhuatl que descifren el poema de las praderas volcánicas.

Solo de la frustración brota esa bella venganza del canto dolido.

**

Algún día escribiremos bien, nos dijimos, o ese creo que fue el mensaje de dirigirnos desbocados por una autopista, dispuestos a morir como el cónsul sin haber sido jamás Malcolm Lowry.

**

Las formas de la imagen: ángeles callejeros con mucho rock y harto olfato para salir de las broncas cuando se alzaban picos de botella relucientes. Subimos y bajamos por esos azares.

Si tuvimos suerte ya no hay tiempo de agradecerle a nadie.

**

Qué aires de autosuficiencia, qué desobligación, qué tipos más espontáneamente peligrosos.

Pero les juro que Pancho Villa se hubiera cagado de risa mirándonos.

Rafael David, Virgilio y al centro el que viste camisa corta encima del jean y calza botas rancheras.

¿Cómo se dice en un idioma vencido que somos la voluntad del viento cercando -inútilmente- al volcán para que nunca madure?

Instinto de poema en un lenguaje avezado.

**

¿Me asombró? Sí. Es una foto de una triste polifonía.

No hay sol ahora, lo habrá en dos meses más.

Los zorzales y otros pájaros que vienen del norte (hay quienes dicen que desde Alaska), bellos cardenales y zarapitos, haciendo vibrar las ramas de las campánulas cantan y enamoran a sus parejas. Es todo su afán.

Ojalá ellos fueran la compañía sonora de nuestra foto. Posando, pesando en la memoria.

Y que en su canto el cielo sepa
que aún nos falta el sol del exceso para soñar de verdad.



EL ABRAZO DE UN VIEJO AMIGO

Ni la amplia ventana del mar ni sus delfines brincando
con sus silbidos de alfabetos enigmas,
ni el granizo balando, circumbaleando
por las montañas, tajándole más cicatrices
donde nieves en retirada infiernan el paraíso,
ni hasta la misma trama de lluvia cayendo sobre
los huevos de toro de los naranjos
seguirán laboriosos construyendo
las insignificancias del día que lame
devocionada la oscuridad,
ni una marca de mí quedará en el aire,
por eso siento a la tierra como el abrazo de un viejo amigo.



LOS ANILLOS DE SATURNO – V CUADRO


Para Cristóbal y Josefa


¿Qué es eso de llorar al ver los anillos de Saturno
tan perpetuamente perfectos que uno podría bailar
deslizándose por sus pistas de diverso color
hasta dar una vuelta mil años después?

Este es un punto en que toda fascinación fracasa.

Mis hijos -pequeños y míos entonces- estaban intrigados
de mirar el espacio y me creían.

No existía Platón
expulsando a los poetas de su república.

No existía Karl Popper con sus terrores totalitarios.
Solo yo y mis hijos. Y un astrónomo colocándonos
a las 5 de la mañana un telescopio para celebrar
el solsticio de invierno.

Se supone que uno es feliz cuando puede escribir
un poema sobre la Flor de Escarcha.

Es un viejo sueño para retar las capacidades
de los viejos maestros de la revelación.

Se supone que el poema ya está escrito
cuando tus chicos pegan el ojo contra un tubo tan largo
y los ooohs que resuenan en todo el valle
ya han insinuado
la amplitud de lo azul que estás persiguiendo.

Y nadie debería morir si escribe ese poema esperado,
esto lo estaba pensando mientras me complacía
la admiración de mis hijos.

¿Pero no es injusto trasladar tus pasiones a quienes sueñan
y lloran mirando la prisión de tantas circunferencias
como si fuera el descubrimiento de un misterio
que aún no hubieran querido reconocer?

Y Platón expulsándome de su reino
donde empezaba a hacer infelices a mis chicos.

Era una culpa de locos.

A ver si avanzas 312 kms
explicándoles a dos pequeños
que la satisfacción tiene el nombre
de una conspiración astral.

A ver si te aplauden cuando como John Travolta
bailas en un skate bajo todos los colores de la lluvia.

A ver si Platón se ahorca
amablemente en cada uno de los asombrosos aretes.

Porque el amor ya no es igual después de mirar lo infinito.



DOS VERDADES

Una verdad es que cuando croan todas
las ranas del altiplano
en pocos momentos empezará a llover.

Definitivamente nunca fallan coro y tormenta.

Tienen la precisión que le debe a la fascinación
la algarabía de un poema.

Las batracias no necesitan de la videncia o la religión
ni de la ciencia o la filosofía.

Apenas aplican el canto aprendido
desde su nacimiento oliendo en el viento
lo que su pecho despertará,
la plegaria melodiosa que no distingue
sino el júbilo compartido
por el agua que vaciará el lago del cielo.

¿Podríamos llamarlo felicidad o solo un aprendizaje
depurado en millones de años?

¿Y qué hemos aprendido nosotros en el mismo tiempo
que no sabemos cantar hasta hoy con el mismo fervor?



PRESUMIENDO AROMAS

Días de religiosa cocina,
pelando ajos,
reduciendo el fuego, recomponiendo
diálogos de cajones, exprimidores, hierbas,
rugidos de licuadora, cierrapuertas de frigider,
pomos de quietas sales, ramas
de buena suerte, un secreto de Estado en cada
receta, sobre todo ágiles manos.

Atrincherado entre atunes y dudas
¿cuánto de vino
sangra en el caldo del adivino y de qué depende
la aprobación
de destrezas, casualidades, óperas primas?

Lo demás es un arrebato
de panes, ventanas abiertas para presumir
aromas, la camisa manchada de harina
de un hombre mirando en sus hijos ansiosos
al padre de otros almuerzos.



SICOFONÍA DE DUENDES


Para Rebeca López,
esposa de Mario Santiago P, im



Imagino ese amor en el mercado de los estruendos
con sus aires cifrados y lluvia de coreografía solar.

Allí el poeta le arroja palabras que ella devuelve
convertidas en una revolución de marimbas.

Ya la fragilidad gatea y todo lo mutuo entre ellos
son nubes que hijos estrujan para derramar
incendios,
propagándonos, contaminándonos,
como si las piruetas o los garabatos fuesen
la única escritura posible
en las playas de la mugre verdad.

Imagino esa sonrisa de los cumplidos
y miles de saltos apaches con flores
pintadas en las uñas para invocar
la reducción de las multitudes
al rincón donde ellos se besan.

Cielo de lentos saqueos
con transacciones directas al Dios
de las libretas azules donde el rebelde
traza el jadeo de un revolcón de arena
y la Rebela se sienta en la silla
de la reconciliación,
echando el ojo a los chicos
que ya son tres, con el padre incluido,
ingresando a la guerrilla del resplandor.

Qué trizaduras de calles podemos imaginar
porque el poeta nunca descansa si no ve a la poeta
en su sombra brincando por el empedrado
con el lenguaje de la oscura ternura,
que no arranca hablando sino simulando
los paisajes que juntos hubieran querido fundar.

Imagino a dos en el cuatro que siempre están
con cadenetas de interminable fiesta,
huyendo a un espacio vertical donde los planetas
suavemente se rozan y vuelven
a separarse
en un ciclo que dura un cubo de tiempo en tu mano.

Y son motociclistas o correcaminos y
son desiertos o meros pasajeros de brevedades
los que tras el polvo
los ven embrazados por la bruma,
huella tras huella regándonos de papel cometa.

Ella tan bella en la calma y él endiablado
de tan huracán misterio.

Los imagino caravanseros
imponiendo con sus caricias a las olas a detenerse.

Imagino un horizonte de espuma y un galope tendido
de transparencia,
el nido de los rebeldes
jugando a la persecución o a las escondidas.

Después regresan para duplicarnos las llaves
con que nos abrieron sus almas.

Queda entonces
un rebrote de encendedores,
queda la imagen de su nueva casa,
ese milagro de un holograma cascada que solo canta.

Y todos bailamos sicofonías de duendes.



SOMBRA PROTECTORA

Hecha para lograr el encuentro del presente.

René Char

Me decía que yo le gustaba
porque quería cazar gatos techeros
con las flechas
que los asháninkas me habían obsequiado.

Y de nada sirve dar la contra a una mujer.

Que si WC Williams divisaba un gorrión
con el limpio mandil
de un hospital del Seguro Social
¿por qué yo no podía renunciar en las alas
de un ángel guardián al sarampión de la soledad,
que me manaba con un sudor profuso
pero no vaciaba mi decepción?

Entonces hasta la ausencia de estrellas
en esa ciudad me oprimía
como un pisapapeles de mármol.

Y ella allí empollada en un hueco de la cama
leyendo en alta voz “A la oreja cortada de Van Gogh”.

Ella y su pequeño Alejo
con una chompa verde botella,
enrejado en una
simulación de cuna y esa inteligencia de los niños
que no sucumben a los himnos
de melancólicos borrachos.

Diego y Lorena,
mis hijos,
dormían a la misma hora en otra casa
cuando la espuma del viento empujaba,
desde los riscos,
boletos sin retorno a los limos de la playa.

Eso atraía mis culpas.

La firmeza del tiempo no es algo que se escribe
y nada retrocede en su rueda vaporosa,
ni siquiera el sol con sus sandalias de hojas
dejando un caramelo de menta
en nidos de asmáticos polluelos.

Pero detrás de la niebla
inesperadamente
un rostro te aguarda y el deseo te tienta
con sus ojos relucientes.

En todas las casas
hay alguien que ama y tiende las sábanas
como si fuese un interminable jardín.

Y es siempre una mujer la que toma las riendas
y se lanza por las praderas dirigiendo
su voluntarioso sueño contra truenos y bisontes.



LA LANZA DEL DESTIEMPO
(Bagua, 2009)

Le dije es Hobbes disfrazando a los chicos de policías, el orden relacionado con un pan perfectamente rebanado y listo para enterrar una hamburguesa de carne molida a palos de un awajún entre dos rodajas.

Le pregunté ¿no es buena venganza que un guerrero derribe un helicóptero con la lanza del destiempo?

¿No es más absurdo aún que el teniente del fusil terciado se acomode el celular en el oído, prometiéndole a su esposa decorar la sala de su casa con la misma lanza?

Cielo cemento donde empieza este misterio en duelo de sonoras moscas por dos hombres tumbados con los ojos abiertos al no sol. Y en el aire revolcados olvidos y memorias, eso que unos llaman el voraz algoritmo de la historia.



LEYENDO A UN POETA AFGANO

El amor es la irradiación más bella de Alá sobre la tierra.
Porque sus momentos voluptuosos, aunque muy cortos,
encierran cada uno toda la eternidad.

Mirza Rahchan Kayil
Cuando sentí que me miraba,
chupándose un dedo,
supe que me estaba invitando
a las aguas remolinas de la fantasía.

Me pregunté si había llegado aquí
para recibir ese obsequio y si era oportuno
que me acompañasen tantos tipos
con jeeps, helicópteros, tanques,
estorbándome el deseo que ella quería
desalojar de mi cuerpo.

Alguien más sabio dentro de mí me dijo
basta con atrasar el reloj,
estás en la Ruta de Seda con Marco Polo,
atravesando el peor invierno,
los lobos aúllan
y se amotinan las caravanas
a falta de pan y hembras.

Pero entonces tocas la puerta
¿y no es una espléndida chica
la que se ofrece a entibiar tu tristeza?

Nadie debería saber en qué cama despierta,
esta es la utopía con que uno
se levanta cuando va a la guerra
a cumplir sin dramatismos su tarea,
luego esperar una aceptable comida
y en la noche alzar los ojos
a los radares teledirigidos por los liberadores
alienígenas,
recordándonos que alguien

-no Dios,
no el ángel de la demolición,
apenas un endemoniado zancudo-
está reescribiendo que somos solitarios y terminales.

Todo estaba perfecto,
el cordero trozado,
una botella de vino y hasta
el té de menta precediendo con ilusiones
a los cuerpos misiles que en el dulce combate
irían a colisionar.

Fue en ese momento que ella me degolló.



RESPIRADERO DE LAS CIFRAS CELESTES

Si el amor es sonido,
música
reducida a los gemidos de dos,
eso nos recuerda que renacemos
dilatando las cifras celestes
en la máquina de ventilar
a un asmático Dios



AL VERDOR DE LO SIEMPRE


En memoria de Adriana Palomino


Te treguo te como pienso entera
en profundidad te calo
cuando lo breve se adiosa
y ceniza a ceniza
con los ojos pactamos
conteniendo un murmullo
de respirada belleza.

Te más júbilo siento
cuando alrededor de tu danza
sobre un mostrador
de intemporal firmeza
se aquietan la obstinación y sus guerras.

¿Otra complicidad más evocación
de la gesta que nos milicia y nos labra
en el rebrote de la temeridad?

Te acaricio con esa raza
de bondadosa garúa que quisimos verter
en la casa de la sequía.

Pero la muerte se aprisa
jalándote con su lazo de plata
a través de la explícita niebla
donde tu tibia ceniza
lleva el verdor de lo siempre.



RUTERO DE LOS JADEOS

Nunca hubo más camionero
nunca más toalla del cuello gordo colgó
sobre la noche sin detergente
de su BVD en el hondón de la carretera
cada palanca que nunca Ford maniobró
en las agusanadas lomas heridas
ese dominio esa cancha
panzón suegro de las estrellas
cada gasolinera
un consuelo para reescribir siete veces

“En el camino”
qué adelantadas qué batallas del freno
rutero de los jadeos
llamando a reverencias del día
cada granizada
un bostezo para las maldiciones del cuerpo
otras mangueras que nunca vibraron
más pellejero con la radio insomne
murmurando la oración de los manantiales
desbarrancando otros llantos
por patinadas por tombos por huaycos
y así nunca por nunca acabara el gordo
con toda la geografía del mundo
en la cuesta en la diabla curva
qué de costales qué de maderas qué contrabandos
para sumar parentela tan vasta
que le sobra apellido
a la ronquera de su risa pendeja
y todo refrán escrito con el dedo engrasado
de madrugada en aquel parabrisas
nunca mecánico más afinado
que en ríos de deslomadas lejanías
ya lo reconociera
ese rugir bujía a bujía
para no desandar espejos
el azaroso caldo con su mote bien carnereado
ya de acabarse ya de mañosería
acelerado a lo fugitivo
faro a faro despierto
desamparando aguaceros cicatrices azules
firma de los cargosos el vanguardista
poema que nunca diluyera nadie como él
en la brisa donde leso es verso
golpe de eternidad en la oreja
lo demás tolvas que lubrideces fueron
más cruces
como dije nunca pero por nunca
el gordo allí a su timón prendido
ruteando por los baches de alguna nube.



INCIERTO UNIVERSO


El hombre abandonado
sigue siendo el Hombre Eterno.
Roland Barthes


En una indetenible desorientada
travesía por el desierto
un loco calato carga
una cruz y un costal
donde la escoria
de la desolación
aloja al huracán del incierto universo
arrastrando el peso
de la gran explosión
que dio inicio al dolor de la vida.



POR OTRO AÑO NUEVO FELIZ

Ya no pensemos en el año que viene,
se nos han adelantado astrólogos y profetas,
los indignados hundiendo en las fosas marinas
de extinguidos planetas a políticos y banqueros.

Mejor pensemos en una leve y alborotada
luciérnaga atrapada en nuestras manos encapsuladas.

Un poco de luz natural no nos vendría mal,
una luz verde uva,
acaso temeraria o de un signo aún más subversivo.

Pensemos en la felicidad y en la feicidad.
¿No es extraordinario que las dos se abracen
el último segundo de un año penoso?

Toda nuestra celebración
revolotea la inmortal brevedad de esa luciérnaga.

Que astrólogos y religiosos interpreten
lo que tal cosa significa,
tal vez ni la indisimulable decepción de sus oficios.

Y que se cumpla lo que me acaba de decir un taxista:
solo bailando con el diablo se puede salir del infierno.



SEÑALES REVELADAS – VI CUADRO

No era más que una adolescente
la noche que se plantó frente a mí,
cuando una pantera saltaba
desde un trailer en un callejón sin salida
para luego atravesar el aro de fuego
donde ella y yo nos besamos,
mientras la diosa de la lluvia subía
y bajaba por una escalera suspendida en el aire,
sin más propósito que humedecer
con una jardinera la felicidad que nos faltaba.

Hay señales que tardan en revelarse:
un elástico animal arisco
merodeando voraces contornos
de la candela de los deseos,
una divinidad obstinada en desjugar las nubes
rociándonos, grada a grada,
la sequedad de la suerte.

Pasaron 20 años hasta que otra noche
sospechamos
que muchas reencarnaciones
eran insuficientes,
no para proseguir el beso,
sino todo el amor que nos estábamos debiendo.



SAUSALITO (S. Fco.), UNA VISIÓN

Entre yates relucientes el mar
mece canoas de pieles rojas
que vuelven de las montañas
a cercar la isla del Alcatraz.

Su viejo Dios de roble aún habita
en la celda de Al Capone.

Emboscadas de la abundancia ajena: muelles
recién pintados, tiendas de antigüedades no más remotas
que la fiebre de oro.

Su vistosa quietud generaliza
un delator impulso homicida.

Mira Jack London, al fin
un hombre honorable,
el perdido abolengo de las colinas
que rodean la bahía donde
las focas reposan sobre esquinadas rocas
recibiendo latigazos de espuma.

En la visión hay un negro semidesnudo
sentado en el paradero del bus con una lanza
y fémur de pollo en el nido de su cabello.

A su lado una tribu
de hispanos agota los atajos circulares
de su gran borrachera
y los mapaches atraviesan la pista
pendulando sus listones grises
con una lenta elegancia y las manos en alto.

En la guerra mundial de la lluvia
que desmorona casas de madera
hay helicópteros de faros paranoicos, aullantes sirenas
del juicio final en el estadio de fútbol, damnificados
en un campamento de ciegos.

¡Otra visión, otra visión!, imploran
los pieles rojas cuando reconocen a su Dios, no más
árbol que pata de mesa o bate de béisbol.

De acuerdo, otra visión, conviene Jack London:
en el ferry que avanza bajo el Goldengate
un filipino disfrazado de Papá Noel
arroja al mar una escopeta
oculta en una caja de flores.

En el 5º piso de un edificio,
alrededor de un árbol de navidad
y entre intactos regalos,
yacen doce cadáveres.

Las visiones no son sobrenaturales
como tú esperas,
apenas emiten ladridos de foca
mientras las olas esculpen
crueles aristas en la piel de los farallones.



ARCÁNGELAS

Sepan por saber o por flor que
12 mil millones de arcángelas
habitan en cada una de las estrellas
finitas
carnosas diminutas longas
todas cara a la fantasía
hembras de piel al viento
máquinas de meditar
la caricia que nos herrará con error
de aullido mortal y sucesivos irnos en los
irrefrenables jadeos
gozosos por dolorosos y trabajados.

Pero más por flor
que por conocimiento sepan que al descascarar
esas mandarinas de fuego
siempre fracasaríamos.

Mejor están así de inalcanzables
que en todos los tratados del infinito
el asombro llama cielo al amor.



DOBLES NAUFRAGIOS


Y todas fueron trampas 
a la larga mortales para nosotros.
Jorge Pimentel



Lo que historia llama a las guerras,
filósofos a los eunucos,
dirigiendo aviones, radares,
sigilosos bombarderos rasantes
desparramando en la nada la noble carne
para la que no hay descuentos
en los shopping centers.

Tuerta la imagen de la verdad,
arcos de luminiscentes cohetes, una
ciudad, valles, árboles arrasados,
espantadas las últimas desmanadas silvestres,
una acuarela del terricidio en monitores
de plasma donde mareas de criaturas
trazan la curva hemográfica de su inocencia.

¿Hay más pesadilla que avizorar?
¿Son los reyerteros veranos, cumpleaños,
besos en playas de transparente arena,
hachas infieles contra nuestra
connatural vileza?

¿Qué mano siente en el muslo
tu muchacha ansiosa que no ha de conocer
otra mano después del último horror
hoy reportado en los noticieros?

Satélites para meditar en posición
de fe parapléjica,
cámaras contra las enceradas losetas del gran palacio,
toda la heroína del sol burbujeando
en las vistosas cúpulas y bajo ellas
el Gran Benefactor con sus democráticas manos
firmando otras renovaciones de la devastación.

¿Qué criminal en serie podrá perturbarnos
en una película
si todos los cascos verdes azules negros gasean
hasta el aire deshabitado?

Las neuróticas cintas de cifras en las pantallas
de las estafadoras bolsas de valores,
serios banqueros con sus finas corbatas,
de las que hubieran colgado
si con su llanzallamas otro Dios ofendido
incinerara la Babel de bonos, tarjetas de crédito
que han bastardeado su pobrecita
recompensa celeste.

Épica del naufragio, ruina de realidad
pesada en las manos,
todo se me revela cuando dos adolescentes
bajan por el río Huallabamba
flotando sobre la cámara de una llanta de tractor
como siameses unidos por la espina dorsal,
mirando espalda versus espalda
el paisaje en dos tiempos.



REGLA SIN EXCEPCIÓN

Nos han enseñado a ser
lo que tenemos
que ser,
esta es la única regla
ciudadana, nuestra líquida
certeza de ser.

De escuela o de vagabundos,
en estropajos, de preferencia
con numeroso ser en el desempleado
que sobra,
lo que somos
es la definición misma, la sobrada razón
de lo que nos falta.

No hay otra regla, utopía ni
profecía, solo
esta cadena perpetua de ser.



EPITAFIO DEL POETA

En la hora que el cielo fracasa
solo un demonio ebrio y confuso
danza con un pie en el abismo
y carcajeando putea a la oscuridad.





SEMBLANZA DEL AUTOR


Tulio Mora (Perú, 1948). Escritor y periodista.

Ha publicado “Mitología” (1ªedición, 1978, 2ª edición con prólogo de la profesora de la universidad de Washington, Consuelo Hernández, 2001), “Oración frente a un plato de col y otros poemas” (1ª edición, 1985), “Zoología prestada” (con ilustraciones del pintor Ricardo Wiesse, 1987), “Cementerio general” (Premio Latinoamericano de Poesía, 1ª edición, 1989, 2ª edición, 1994, selección traducida al inglés por David Tipton y AC de Lomellini, bajo el título “A mountain crowned by a cemetery”, Inglaterra, 2000), “País interior” (Premio de Plata Copé, 1994, 2ª edición, 2009), “Simulación de la máscara” (2006), “Ángeles detrás de la lluvia” (con ilustraciones del artista plástico Alfredo Márquez) y recientemente “Aquí sobra la eternidad” (Lima, 2012) y ediciones paralelas en España y EEUU (2013).

Asimismo, es autor de dos antologías del movimiento Hora Zero, del cual ha sido integrante: “Hora Zero: la última vanguardia latinoamericana de poesía” (Venezuela, 2000, gracias a la gestión de Roberto Bolaño) y “Hora Zero: los broches mayores del sonido” (Lima, 2009). También ha publicado, a invitación de la Asociación Pro Derechos Humanos-Aprodeh, tres libros de género perodístico sobre violaciones a los derechos humanos durante los años de violencia política que vivió el Perú entre el 1980 y 2000.

facebook de Tulio Mora


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contacto: sanchezisdead@gmail.com 


[1] Mar y/o Luna